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Don Guanella, sacerdote de periferia, en un período de grandes cambios: un ejemplo para nuestro tiempo

Así se describía a Don Guanella por su período de párroco en Savogno: “Él era un hombre del Evangelio, del culto, de los sacramentos, de la catequesis; estaba lo más posible con los parroquianos y compartía con ellos las normales condiciones de vida; sabía organizar una sencilla pero preciosa caridad parroquial; muchos lo recuerdan hoy como el hombre de confianza, consejero y alentador”.
Era el pastor de una iglesia fundamentalmente rural, pero que veía crecer cada vez más la industria, el comercio y las nuevas actividades, producto de la incipiente revolución industrial.
Entre 1850 y 1880, se vivía un momento difícil porque aún no surgía un nuevo proyecto de sacerdote y de pastoral para acompañar el veloz cambio de la realidad socio-económica y cultural de esa época.
Existían preciosas intuiciones y experiencias individuales que vislumbran el futuro, pero todavía eran casos aislados, mientras la Iglesia en su conjunto no ponía aún en discusión la renovación de la formación sacerdotal y el trabajo pastoral para los nuevos desafíos; había sacerdotes diocesanos que mostraban un nuevo estilo de pastoral -Don Guanella era uno de éstos- que no olvidaban los sagrados misterios, pero que deseaban también comenzar por el hombre, especialmente por el más necesitado y sufrido.
Algunos pastores abrían lugares de asistencia (hospitales, hogares para necesitados, casas para las personas discapacitadas), donde no existían, para ayudar en las necesidades que el Estado desatendía, dando testimonio en la frontera de la caridad, con un profético respeto por la vida y una buena estima por el ministerio del sufrimiento. Entraban en lo social (industria, mercado, justicia social), porque sentían ese compromiso como un aspecto necesario de su “misión”: evangelización y promoción humana, pero una promoción en las formas requeridas en ese tiempo, en las áreas rurales, colonias, grupos de obreros, escuelas nocturnas y profesionales, cooperativas de consumo y de producción, y asistencia a las necesidades de la emigración. Recordamos el lema del Fundador: “Pan y Paraíso”.
En los últimos años del 800, en Lombardía había aún muchos sacerdotes que se “limitaban” al culto, a la predicación, a una breve catequesis, a las tradicionales formas de caridad, pero no había dudas que el “modelo nuevo”, que suscitaba más entusiasmo y promovía vocaciones, era el del sacerdote que antes y después de la encíclica Rerum Novarum, se comprometía en esta nueva dirección, como profecía de caridad apostólica. Era una nueva primavera de la Iglesia y de su presencia en el mundo y una nueva manera de enfocar y tratar los problemas fundamentales del hombre, mientras se anunciaba la Buena Noticia de Jesús.
El joven sacerdote que, recién salido del seminario de Como, tenía aún fresca la imagen antigua del oficio y de su misión pastoral, en lo profundo del corazón ya tenía también la semilla del nuevo sacerdocio, ministro de la caridad evangélica, que no tardará en romper el suelo y crecerá para dar mucho fruto. Don Guanella se revelará como un sacerdote de avanzada, reflejando una Iglesia “en salida”, como hoy invita con insistencia el Papa Francisco.
En sus experiencias como párroco, el Padre Luis buscó de aprender el difícil arte de descubrir el “hoy” de Dios en su tiempo y en sus expectativas; en seguida se destacó como un sacerdote de las periferias existenciales, en un período de grandes cambios.
Surge de los estudios y testimonios del tiempo una imagen de pastor de gran responsabilidad, de ideas vigorosas, unido a la sana tradición, pero a la vez abierto a aceptar las nuevas exigencias de los tiempos, especialmente de estar en medio del pueblo para entender mejor sus exigencias y acompañarlo con un corazón de padre. Lo que hoy llama el Santo Padre: “Tener olor a oveja”.
Don Guanella, mientras surgían nuevos problemas, era capaz de enfrentarlos, de discernir entre lo tradicional y los nuevos desafíos. Se mostró capaz de anticipar la fisionomía del nuevo pastor, en una transición entre lo antiguo y lo nuevo que avanza.
Hoy, según el ejemplo de Don Guanella, ¿seremos capaces de discernir e interpretar el roce entre lo antiguo y lo nuevo que avanza? Hay que salir a navegar, sin miedo, afrontando el mar de lo imprevisible.
Sigue un pensamiento del Papa Francisco, en su homilía de la Santa Misa celebrada en el Parque de Monza, en el marco de su Visita Pastoral a Milán. Precisó el Papa que el nuevo encuentro de Dios con su pueblo, tendrá lugar en un sitio que normalmente no nos esperamos, en los márgenes, en las periferias:
“Dios mismo es Quien toma la iniciativa y escoge quedarse, como hizo con María, en nuestras casas, en nuestras luchas cotidianas, llenas de ansias y anhelos. Y es justamente dentro de nuestras ciudades, de nuestras escuelas y universidades, de las plazas y de los hospitales que se cumple el anuncio más bello que podemos escuchar: «Alégrate, el Señor está contigo». Una alegría que genera vida, que genera esperanza, que se hace carne en el modo en el cual vemos el mañana, en la actitud con la cual vemos a los demás. Una alegría que se hace solidaridad, hospitalidad, misericordia hacia los demás.
Nada es imposible a Dios» (Lc 1,37): así termina la respuesta del Ángel a María. Cuando creemos que todo depende exclusivamente de nosotros permanecemos prisioneros de nuestras capacidades, de nuestras fuerzas, de nuestros miopes horizontes. Cuando en cambio, nos disponemos a dejarnos ayudar, a dejarnos aconsejar, cuando nos abrimos a la gracia, parece que lo imposible comienza a hacerse realidad. Lo saben bien estas tierras que, en el curso de su historia, han generado muchos carismas, muchos misioneros, mucha riqueza para la vida de la Iglesia. Tantos rostros que, superando el pesimismo estéril y divisor, se han abierto a la iniciativa de Dios y se han convertido en signo de cuanto fecunda puede ser una tierra que no se deja cerrar en sus propias ideas, en sus propios límites y en sus propias capacidades y se sabe abrir a los demás.
Como ayer, Dios continúa buscando aliados, continúa buscando hombres y mujeres capaces de creer, capaces de hacer memoria, de sentirse parte de su pueblo para cooperar con la creatividad del Espíritu. Dios continúa recorriendo nuestros barrios y nuestras calles, se lanza en todo lugar en búsqueda de corazones capaces de escuchar su invitación y de hacerlo carne aquí y ahora. Parafraseando a San Ambrosio, en su comentario a este pasaje podemos decir: Dios continúa buscando corazones como aquel de María, dispuestos a creer, a pesar de las condiciones del todo extraordinarias. El Señor acreciente en nosotros esta fe y esta esperanza”.

Padre Carlos Blanchoud